Esta madrugada, a las 3, me ha zarandeado el hombro un ogro,
Enorme, con la piel podrida y el cuerpo encorvado.
Me ha despertado con una carjada de aliento fétido.
Me he vuelto a sentir diminuta y mi niñez veo en el reflejo de su sudor.
Las lágrimas, sin arnés, se escapan por mis ojos,
Inundando mis pupilas, pequeñitas
Y me resbala el recuerdo de la sangre de nuevo
Escapando entre los muslos.
A horas intempestivas vuelvo a ser microscópica
Frente a tu mirada de carroñero, esa que espera el momento oportuno
Para aplastarte bajo sus railes.
Y el cuerpo tirita de miedo.
Desgarraste y penetraste mi recuerdo.
El escozor se adueñó infinito de mi entrepierna.
Limpio mi sangre de un delito que es tuyo,
Y el pánico me llena de silencio, aquel que años después me toca el hombro.
De madrugada, por detrás, calculando, siempre.
Tiñes tu mirada de cobardía, asintiendo al suelo,
Como entablando una conversación con él.
Poco me importa si estás bajo tierra y te inundas de moho.
Sólo sé que te quemo cada noche que vienes a verme.
Y de entre el gris de tus cenizas
Planto de nuevo una semilla y renazco.
Me río, frente a tu cadáver, y tiembla el suelo.